Aunque habría lucido mucho más moderno y desenfadado con el traje rosa flúor con lentejuelas de Ryan Gosling, la Academia decidió que el Óscar terminara la 96ª ceremonia de sus premios vestido de arriba a abajo de Oppenheimer. ¡Hasta con el sombrerito! Los pronósticos acertaron: el biopic de Christopher Nolan acumuló la nada desdeñable cifra de siete estatuillas de las 13 a las que aspiraba (Mejor Película, Dirección, Actor Principal y de Reparto, Montaje, Fotografía y Banda Sonora) lo que la sitúa a la altura de su predecesora, Todo a la vez en todas partes, y de clásicos inmortales como Lawrence de Arabia, El golpe, Memorias de África o La lista de Schindler.
Nolan se coronaba, por fin, en una parroquia que durante dos décadas le ha sido esquiva y le miraba de reojo con recelo y tibieza, quizá por su osadía, la complejidad narrativa de sus proyectos y la devoción que éstos generan en un amplio sector del público. No es casual que, desde El retorno del rey (2003), ninguna ganadora del Óscar haya recaudado tanto en taquilla como Oppenheimer. Espectadores e industria coinciden en rendirse ante una producción ambiciosa y artesanal que mezcla géneros cinematográficos para diseccionar una figura controvertida y contradictoria y un dilema histórico con graves consecuencias hasta nuestros días. Ya lo dijo Cillian Murphy al agradecer su distinción como Mejor Actor: "Rodamos una película sobre el hombre que creó la bomba atómica y, para bien o para mal, todos vivimos en el mundo de Oppenheimer". Y dedicó su triunfo a quienes luchan por la paz.