
Los Ángeles, 10 de abril de 1972. Una pletórica Liza Minnelli que acababa de estrenar Cabaret anunciaba, desde el escenario del Dorothy Chandler, el ganador del Oscar al Mejor Actor del año anterior. "Gene Hackman", gritaba entusiasmada. Lo primero que hizo el inolvidable Jimmy "Popeye" Doyle de Contra el imperio de la droga al subir a recogerlo fue mirar el sobre que contenía su nombre y exclamar: "¡Es cierto! Es lo que pone". El destino es caprichoso y, sólo once meses después, era él quien, en compañía de Raquel Welch, le entregaba la estatuilla a la Mejor Actriz a la hija de Judy Garland precisamente por la Sally Bowles del musical de Bob Fosse.
El californiano obtendría un segundo hombrecillo dorado en 1993 por el violento sheriff Little Bill Daggett de Sin Perdón, y otras tres nominaciones por Bonnie y Clyde (1967), Nunca canté para mi padre (1970) y Arde Mississippi (1988). En realidad, casi todas sus actuaciones merecieron ser premiadas. Porque, al contrario de lo que ocurre con otras personas, en el caso de Hackman era él quien dignificaba y le daba prestigio al Oscar y no al revés.

Esta semana nos enterábamos de su fallecimiento a los 95 años. Llevaba retirado de la vida pública desde 2004, pero nadie le había olvidado porque, y quizá no habíamos sido conscientes hasta ahora, era una auténtica leyenda. Entre todas las muestras de condolencia de sus colegas de profesión resulta especialmente significativa la de Clint Eastwood, su director en Sin Perdón: “no había mejor actor que Gene. Intenso e instintivo. Nunca un error. También era un querido amigo al que extrañaré mucho”.
Como no podría ser de otra manera, él, el "inmortal" Gene Hackman, será uno de los protagonistas destacados del In Memoriam de la 97ª edición de los Premios de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood que se celebra este domingo. Le acompañarán en ese homenaje musical a los desaparecidos en los últimos meses en forma de sucesión de imágenes los rostros de otros grandes del celuloide como Maggie Smith, Louis Gossett Jr., James Earl Jones, Teri Garr, David Lynch, Shelley Duvall, Donald Sutherland, Gena Rowlands, Quincy Jones, Alain Delon o nuestra Marisa Paredes, quien adquirió la eternidad cinéfila con la oscarizada Todo sobre mi madre (1999), de Pedro Almodóvar. Pensar en ellos y en tantos y tantos como ellos, en sus interpretaciones, partituras y creaciones no siempre bendecidas por la codiciada estatuilla, en su entrega absoluta a una industria cruel y fascinante, ayuda a reconciliarse con esa fabrica de sueños que es el cine y a minimizar las bochornosas controversias que esta temporada han llegado a desvirtuar el verdadero sentido de estos galardones: reconocer el arte.